Opinión

Published on marzo 28th, 2020 | by lavozsur

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ParticiPasiones – Por Vicente Preciado Zacarías

Soy un supérstite. Casi todos los habitantes del valle de Zapotlán somos supérstites; vale decir, somos sobrevivientes. Sobrevivientes de la amenaza de la plaga. De la peste.

El maestro Juan José Arreola me decía: “Soy feliz el día que aprendo una palabra más”. Yo tomo en préstamo sus palabras para repetir lo mismo. Soy feliz. Aprendí la palabra supérstite.

Hace tiempo comentábamos que la endemia, la pandemia y la epidemia han nutrido el espíritu mórbido y morboso de muchas obras en la literatura universal.

Entre todas, decíamos, la novela titulada “La Peste”, de Albert Camus me viene a la memoria como ninguna otra en este preciso momento en que la capital de México, la capital de Jalisco y las poblaciones de todo el estado han levantado el estado de alarma epidemiológica de una manera misteriosamente programada en un ámbito de noticias contradictorias y confusas que generaron, más que las muertes físicas de algunas personas, el miedo, el descrédito y la ruina económica del estado y del país entero. En ese ámbito de aparente triunfo y de falsa paz se me vienen a la mente, repito, las palabras del último párrafo de “La Peste” cuando el personaje que narra la novela y sus hechos dolorosos como reflejados en un espejo, habla en tercera persona y dice (recordemos que se llama Rieux y ha visto morir a sus mejores amigos médicos: Tarrou, consumido por la fiebre y a Cottard cazado como un perro por la policía de la ciudad de Orán. Recordemos, también, las miles de ratas exterminadas y que fueron el elemento propagador del contagio):

¨Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría estaba siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre fugitiva ignoraba lo que se puede leer en los libros de medicina, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer por decenas de años dormido en los muebles, en la ropa; que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, en los pañuelos y papeles, y que llegará un día en que la peste para desgracia y enseñanza de los hombres, despertará a sus ratas y las mandará a morir en una ciudad dichosa¨.

Veamos otro ejemplo de la literatura mundial en donde unos enfermos copados por las fuerzas de la naturaleza, se refugian en un hospedaje o ermita para pasar el tiempo y dejar que la naturaleza “baje la guardia” (esta es la única herencia verbal que tal parece nos ha quedado en la boca y en la mente a todos los mexicanos después de la pretendida amenaza de la pandemia. Es una frase poco afortunada pues es anglocismo toda vez que tiene como origen lingüístico el argot del boxeo, deporte muy común en los E.U.A.)

Esta novela es una serie de cuentos que narran los personajes, imitando en número y en secuencia, las descarnadas historias contadas por diez personajes –siete hombres y tres mujeres- de “El Decamerón” de Giovanni Boccaccio.

Sólo que esta serie de cuentos la escribió una mujer muy culta y con un lenguaje elegante, terso y libre de obscenidades. El libro se titula el “Heptameron” y su autora se llama Margarita de Valois. Los diccionarios la registran también como Margarita de Angulema o de Navarra (1942-1549), hermana de Francisco I de Francia. Esta dama se distinguió, en una época de atrocidades, por su amor a las letras y a las artes. No hay que confundirla con la otra Margarita de Valois (1553-1615) llamada Reina Margot, hija de Enrique II de Francia y de Catalina de Médicis. Fue esposa de Enrique IV. También fue escritora de unas “Memorias” que son una serie de poemas más o menos notables.

Bien, pues este grupo de enfermos que se encontraban tomando aguas y barros medicinales en las termas de Canteres en los Pirineos franco-españoles, son sorprendidos por un violento temporal. Algunas familias alcanzan a regresar a España cruzando montañas; otras quedan atrapadas pues los ríos crecen y algunos intrépidos que los intentan cruzar son arrastrados con todos sus criados y cabalgaduras. Mientras esperan la construcción de un puente, se refugian en una ermita y allí comienzan a contar sus historias.

En la narración IX de la Primera Jornada se lee lo siguiente en el capítulo titulado “De la piadosa muerte de un hidalgo enamorado por recibir tardíamente consuelo de la dama que amaba”.

¨En un lugar del Delfinado y de la Provenza y cuyo nombre no he de dar, vivía un hidalgo mucho más rico en virtudes, apostura y honestidad que en otros bienes, el cual amaba grandemente a una doncella cuyo nombre tampoco diré por respeto a sus padres, descendientes de familias muy conocidas e importantes; pero os aseguro que la historia es verídica¨.

Este texto anterior en fecha al propio Cervantes, nos recuerda aquello de: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”.

En “El Heptameron” de Margarita de Valois, Doña Oisille, dama entrada en años y de nombre cuna es quien gobierna al grupo de narradores que intervienen con sus historias en el cuerpo de la novela.

En varios capítulos, que son verdaderamente un retrato de la época, se ataca la figura del fraile obeso y lujurioso. Y de todas las órdenes monacales de la época, son los franciscanos los que Margarita de Valois señala repetidamente como personajes de escarnio y hasta de maldad. Narración XLV  “De donde se habla de un franciscano que ofendía gravemente a los maridos azotando a sus mujeres”. Narración XLVIII “De cómo dos franciscanos, en la noche de bodas, ocuparon, uno tras otro, el lugar del esposo y de cómo fueron castigados por ello”. Así mismo en la narración IX, ya citada, se lee: “Nos sommes faite, beaux fils sans doute/ Toutes pur tous, et tous pour toutes”, que Alejandro Dumas haría el grito de sus tres mosqueteros.

Enfermos retenidos por un recio temporal. Habitantes de una ciudad apestada. Familias copadas en una ciudad y en un hotel de lujo. Mexicanos, jaliscienses y habitantes del valle de Zapotlán. Todos somos supérstites. Yo soy un supérstite. Un sobreviviente en la peste. Bendito sea Dios.

 

 

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