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Published on septiembre 27th, 2020 | by lavozsur

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A 102 Años del Natalicio del Maestro Juan José Arreola

Hace quince días, después de dar una modesta clase de historia de la Odontología en la Facultad, pasé a saludar al maestro Arreola en su casa. Le llevé como regalo un frasco de Agua de Colonia que por muchos años y por muchas razones es su preferida: “Echt Kölnisch Wasser” No. 4711. Es un agua de Colonia fabricada en Alemania desde hace más de 200 años. El número corresponde a la calle Glochengasse número. 4711 de la Ciudad de Colonia donde está la fábrica y cuyos propietarios han mantenido la misma calidad, el mismo aroma y la misma presentación en la etiqueta verde esmeralda con volutas en laminado de oro, por más de dos siglos.

El maestro decía que era el agua de colonia (loción para después de afeitar) más antigua del mundo. La usaba Napoleón tal vez para no oler tanto a pólvora cuando se presentaba ante la recámara de Josefina… Ramón López Velarde la menciona en una de sus magníficas prosas titulada “Semana mayor” donde recuerda la ceremonia del pésame en su pueblo natal: “Por las vertientes del Calvario ascendían las almas de la ‘Agua Florida’, de la ‘Agua de Colonia’, de ‘Las Flores del Amor’… toda la perfumería bonachona que duerme un año para desperezarse en la ceremonia del Pésame. ¡Ceremonia patibularia, contrita, perfumada y amatoria!”.

Al acercarme al lecho de enfermo de Juan José Arreola, ya le habían dispuesto su Agua de Colonia al alcance de la mano y le habían dado aplicación en el rostro, manos y en la nuca. Estaba feliz. Me reconoció de inmediato y me dio las gracias por el regalo. Pasó luego a hacer un recuento minucioso de la perfumería de fabricación española. “Valetín Parera –dijo- fue el más grande fabricante de perfumes y jabones de olor”. Y así recordamos juntos aromas femeninos como “Maderas de Oriente” y otros más. Al despedirnos lo hicimos con las reglas que él fijó para nuestro trato: La eutrapelia; vale decir el nombre o el apelativo sonriente. “Adiós, don tambache”.

Ayer, estuvimos de nuevo en su casa. Acompañé al Presidente Municipal de Zapotlán y a su señora esposa a saludar a Juan José Arreola. Estuvo platicador y sonriente. Pasamos a su recámara de uno en uno para no agotarlo. Al despedirme de él me atreví a tomar su mano. Luego se la besé.

Y yo cerré por un momento los ojos y pensé en las injusticias que se han cometido con Juan José. La Universidad de Guadalajara nunca le otorgó el doctorado Honoris Causa. Pero en cambio lo hizo la Universidad de Colima. No logró el Premio Príncipe de Asturias ni el Cervantes. De la misma manera que Borges no alcanzó el Nobel.

Pero el verlo desde su lecho enfermo y sonreír, y al contemplar el estado de conciencia en un grado de purísima transparencia y limpia puerilidad, siento que él está en paz. La paz beatifica que lo aparta ya del cieno de este mundo y del olisqueado de la zahúrda astroza.

“Soy escritor de pocos lectores; pero de muy buenos lectores”. Eso me dijo una vez. Por lo tanto su nombre no necesita estar en un muro; está ya en la memoria de la gran lite.

*Publicado originalmente el 24 de febrero de 2001*

 

Especial:

#NatalicioArreola

“Nunca creí querer tanto a Zapotlán. En mi pueblo he sufrido mucho y no he podido nunca pasear por sus calles el estandarte de un gran amor. ¿Me creerá usted si le cuento que algunas noches sufro por Zapotlán más de lo que sufrí en la más acerba noche que me proporcionó un desengaño amoroso? Zapotlán ha resultado para mí la novia más difícil de olvidar…”

“Darme a los demás, ser sincero, enseñar y formar a los que se acercan a mí de buena fe, sin esperar nada a cambio. Eso es lo que soy, lo que fui. El unicornio que buscaba todos los días a su dama en un claro del bosque para verse en su espejo y convertirse en tiempo de la memoria, en ese tempo en el que ahora escribo mi vida”.

Juan José Arreola nació el 21 de septiembre de 1918 en Ciudad Guzmán, Jalisco, localidad a la que nunca dejó de llamar por su nombre tradicional “Zapotlán el Grande”.

Su trayectoria literaria floreció en una época donde se le dio forma al cuento hispanoamericano. Corrientes como el realismo mágico dominaban este género, pero Arreola supo idear y detonar su propio estilo marcado por relatos breves, de argumentos perturbadores, impregnados de imaginación en su concepción y en la libre interpretación heredada a sus lectores.

Las historias eran presentadas a través de un vasto conocimiento del lenguaje y de la influencia puesta en práctica de los grandes autores universales pues, como todo gran escritor, Arreola fue en primer término un gran lector.

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