Published on octubre 16th, 2020 | by lavozsur
0Zapotlán de mis Amores y sus Fiestas Josefinas
La primera vez que yo vi las largas peregrinaciones de las fiestas josefinas hasta me brillaron los ojitos, se me enchinó la piel de ver tanta gente bailando y honrando al santo patrono.
Pero también hice muchas rabietas porque las calles se atiborraban de gente, y no me dejaban transitar en paz o porque los benditos “chicoteros” eran una amenaza para mí y mi constante distracción al caminar por la calle, porque de repente ya te pasaba por enfrente de la cara un chicote a máxima velocidad azotándose contra el piso.
Llegaba temblorosa del susto a mis clases porque más de algún chango estuvo a punto de pegarme, la gente de aquí ya está acostumbrada a esas cosas y hasta tienen mañas pa’ esquivar los chicotes.
Desde hace 5 años que llegué a Zapotlán me quedé pasmada con la magnitud de estas fiestas, los colores, la música combinan perfecto con el otoño, con el clima frío.
Las cuadrillas que más me gustan son las de los danzantes aztecas, el sonido del caracol combinado con el de los cascabeles que llevan en las muñecas y en los tobillos me parece precioso; el olor a incienso y a copal es de mis favoritos. Colores brillantes en los trajes de gala, en los penachos; siempre he tenido una fascinación por la cultura azteca, me parece hasta poético cómo alaban a sus dioses, hasta ganas dan de bailar junto con ellos.
De donde yo vengo no se acostumbran las cuadrillas de sonajeros, la gente no suele hacer peregrinaciones para el santo patrono y miren que allá también son muy católicos, aquí no importa si llueve, truena, relampaguea o si estamos a mitad de plena pandemia. La fe es grande y los zapotlenses no escatiman en demostrarlo.
Este año las fiestas tienen una organización diferente, no hay música en las calles, no hay “danza bloqueos” como le dicen los universitarios. No hay incienso llenándome el cabello y la ropa de olor a copal, ni tampoco puedo oír el caracol de los aztecas a la distancia, este año no voy a poder salir corriendo de mi casa para poder ver de cerca a los danzantes con sus trajes de gala ni sus hermosos penachos con largas y vistosas plumas.
Tampoco voy a hacer corajes porque los danzantes cortan la circulación del camión que me lleva a mi destino.
Este octubre las fiestas son distintas. A pesar de estar en plena pandemia, los creyentes siguen bailando para San José, con la mitad de la cara cubierta por un pedazo de tela y solo dentro de Catedral. Si la pandemia es grande, la fe de los zapotlenses la supera por mucho.
Se me sigue enchinando la piel al ver a los más pequeñitos de la casa entrar a Catedral vestidos de trajes de manta con listones bordados y el sombrero lleno de chaquiras de colores, se me sigue estremeciendo el cuerpo al verlos llegar y arrodillarse ante el altar mayor, haciendo sonar las sonajitas pequeñas, dan ganas de abrazarlos.
Zapotlán de mis amores, Zapotlán bonita. Sigue bailando, sigue haciendo cimbrar las paredes y el piso de catedral con la música de tus tambores y chirimías.
Por: Daniela Calderón Camacho