La Ilusión
Cualquier movimiento con la pluma podría ser letal para la historia.
Aquel escritor de múltiples novelas se había asustado del tormento que le estaba causando su fantasía, convirtiéndolo poco a poco en víctima de su propia creación. El sudor no dejaba de brotar de su frente. Las letras se movían de un lado a otro, parecía que las páginas de aquel libro sufrían un terremoto, el escritorio también temblaba, se movía de un lado a otro. Aquel novelista buscó entre sus escritos una solución, sin ver remedio a todo esto se fue en busca de otro método.
Movió algunos libros de los estantes, hurgaba con desesperación, al no encontrar nada regresó a las páginas donde se encontraba aquel revuelto de letras y palabras, tomó con firmeza la pluma y la empezó a deslizar en la inmensidad de las páginas, saltaba, esquivaba letras, palabras, y frases. Imaginaba colocarlas en su lugar, inventar una que otra mini ficción para terminar la historia de una vez, pero no era una decisión factible.
El creador iba midiendo el peligro, tenía que deslizarse por la textura del papel, hundirse en la emoción de la escritura que está emergiendo y desarrollando en aquella pluma que no deja de emanar tinta, con la inspiración que causa efectos sensibles en el alma de la obra recién impresa. Entonces se le viene en su mente una ilusión que se le desparramó por todo el cuerpo, se expandió por su casa y después por las calles de la colonia. Así se fue esparciendo esa ilusión por toda la ciudad, hasta llegar al punto de que toda una nación completa fue víctima de semejante intoxicación. Desde entonces todo un país vivía de un ensueño que escribió aquel creador que jamás se supo quién fue y cómo llegó a este mundo.
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