Published on febrero 1st, 2020 | by lavozsur
0LA SOMBRA INAUDITA
Llegaron presurosas vagas evocaciones a mi memoria, de esas que tratan de distraer mis rutinarias cavilaciones que dan forma a una creación extraordinaria, según yo; lo han conseguido. Esos recuerdos fueron los culpables de que aquella creatividad se me soltara y que ahora se ha ido, ¿a dónde?, jamás sabré, sólo imaginaré en dónde se encuentra, quizá en tu casa, en mi armario, en las páginas de un libro abandonado o en la inspiración de aquel que apenas se está gestando en el interior de un vientre que se estrena. Entonces como pude traté de poner mi mente en orden, quiero decir en blanco, y de no imaginar nada, intenté distraerme en otra cosa que surgiera de la realidad.
Pero me distraje sin querer, mirando detenidamente a mi mujer, cómo volvía y venía por el pasillo, haciendo sus labores domésticas; en ese vaivén de numerosas vueltas que ella daba con la escoba y el trapeador, vi de súbito la sombra que ella reflejaba y que se detuvo frente a mí, renunciando a ir con su poseedora. La sombra, o esa cosa, no dejaba de observarme, como si yo fuera el fenómeno espectral, ya que su presencia me incomodaba demasiado, traté de mirar a mi gato, que lamía el tiempo que a él le tocaba. Fue lo que me llamó la atención en ese instante, para no caer en la tentación de seguir percibiendo esa cosa que no despegaba su curiosidad hacia a mí, los intentos por entretenerme en otro objeto, que no fuera el minino, eran inútiles, ya molesto me acerqué con un poco de temor a donde estaba la sombra, olvidando que se trataba de algo que concernía a mi esposa. Entonces le pregunte qué era lo que deseaba, y la sombra jamás pronunció palabra, ni siquiera se movía, intenté tocarla de los hombros, fue imposible, mi mano sólo pasaba de largo, simplemente rosando el aleteo de una mosca.
Sorprendido de aquella experiencia inaudita me alejé de esa cosa, haciéndome para atrás lo más aprisa que pude, el miedo ya se me escurría por debajo de los pies, intentaba serenar mis nervios, mientras mi gato se le erizaba la pelusa al presenciar semejante y aterradora escena. Me quedé petrificado unos segundos, y en eso oí muy cerca de mi tímpano, tres aplausos que me provocaron arrojar un grito estremecedor. Era mi esposa que me reclamaba que ya dejara de leer ese libro, y en realidad, el volumen no contaba con ninguna página, jamás tuve un gato y la mentada sombra de mi mujer, aún oía su risa burlona. Corrección de estilo: Ediciones LeArte