Opinión

Published on abril 4th, 2020 | by lavozsur

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ParticiPasiones – Por Vicente Preciado Zacarías

A la maza aplastante de noticias. Al exceso regurgitante de información que el ciudadano común y corriente recibe en estos días a propósito de la famosa pandemia viral, se debe agregar otra fiebre que ruboriza el rostro y acongoja el ánimo: el pésimo lenguaje de los informadores, tomando en cuenta que muchos de ellos, son secretarios de alto rango en el actual gobierno, con títulos de maestrías y doctorados en el país o en el extranjero y sueldos exorbitantes.

Una de las impurezas del lenguaje (vamos a llamarla así de momento, aunque gramaticalmente se le conoce como anacoluto) es, sin lugar a dudas, cuando el informante dice: “El paciente presentó temperatura, dolor de cabeza, y dolor en el cuerpo…” Yo pertenezco a una generación que tuvo en la enseñanza médica a grandes maestros que, además de ser científicos e investigadores de verdad, tenían en su haber una gran cultura personal como gramatical. Amaban y respetaban el buen lenguaje. El doctor Menchaca y el doctor Carlos Calderón figuran en mi recuerdo como los últimos resplandores de una edad de oro en la universidad, cuyas luces ya no veríamos brillar más, cuando menos hasta donde mi pobre vista alcanza.

El doctor Menchaca nos decía: “Todo cuerpo tiene temperatura. Si lo que ustedes quieren decir es que el enfermo tiene fiebre o calentura, díganlo, pero no cometan el error de decir: El enfermo tiene temperatura. Si la palabra temperatura les gusta por la imagen que despierta, agreguen siempre: tiene alta temperatura o presenta alta temperatura¨. El doctor Menchaca era además una enseñanza constante en su forma de vestir.

De todos los personajes que desfilan ante nuestros ojos en la pantalla de televisión, es la del señor Secretario de Salud, cuyo nombre no me he podido aprender o, cuando menos, he olvidado en este momento, la más repetida. Dijo el otro día, a propósito de las indicaciones a los clientes en los restaurantes: “La distancia entre una persona y OTRO”. No hay concordancia entre el género del primer sujeto y el segundo. La frase corregida sería: “La distancia entre una persona y OTRA”.

Ese mismo día al dar la noticia del número de defunciones (supuesto o verdadero según algunos analistas) dijo: “El caso falleció”. Un caso no puede fallecer porque no es una persona, decirlo es un error gramatical conocido como solecismo.

Ese mismo señor de rostro epiceno y gesto melodramático, dijo, refiriéndose a unidades sanitarias equipadas que saldrían a la calle a prestar servicio en cruceros o áreas apropiadas: “Tienen una distribución que está MARCADO por…” Creo que lo correcto sería decir: “Tienen una distribución que está MARCADA por…”

Errores de fonética y pronunciación no faltan. El error más socorrido por reporteros, secretarios y aun en boca del primer ejecutivo federal, es: “El hospital fue INAURADO”.  Nadie pronuncia la GU intermedia; vale decir: “i-nau-u-GU-ra-do”. Alguien puede decir: Es que son ejecutivos, no literatos. A esa persona se le puede responder con la sabiduría del viejo refrán: “Lo cortés no quita lo valiente”. Lo que ofende en estos personajes es que a un lado de sus altísimos sueldos, descuidan enfáticamente su cultura personal, porque si es verdad que cursaron maestrías y doctorados en el extranjero, seguramente costeados por becas sostenidas, al final de cuentas por contribuyentes, por respeto a estas gentes, deberían haber aprovechado al máximo su estadía puliendo su lenguaje y dicción. Lo digo con todo respeto y sin la más mínima intención de ofender a  nadie, pero soy un ciudadano que paga un exceso de impuestos y me duele ver desperdiciado mi dinero ganado a lo largo de 36 años de servicio y de 74 de edad, en estos incumplimientos que más que un olvido, parece un táctico desdén.

Por esa razón, ante esta ola asfixiante de información, de noticias contradictorias, de dudas y sobresaltos; pero sobretodo, de desdenes a la cultura, cierro el botón del aparato de comunicación, me recuesto en mi viejo sofá y me armo de un libro. Un libro ha sido siempre para mí la salvación. El refugio. La última morada donde las voces groseras no suenan ni lastiman el oído y el corazón.

Grandes autores han escrito obras a propósito de la endemia, de pandemia y de la epidemia. La peste.

El arquetipo de este tipo de literatura (de este género de narrativa), es sin duda “El Decamerón” de Giovanni Boccaccio (1313-1375). La raíz griega “deca” quiere decir diez. Y son diez personas –siete damas y tres caballeros- quienes huyen de Florencia azotada por la gran peste de 1348 y se refugian en el campo. Allí a la sombra de un árbol frondoso cuentan cada quien diez historias hasta completar cien. Aun creo recordar algunos de sus nombres y me entra sospecha que Cervantes tomó en préstamo alguno de ellos para sus personajes burlones: Pampinea, Fiammetta, Filomena, y los varones, Filostrato, Pánfilo y Dioneo. Son historias muy descarnadas, aunque más de las veces, sonrientes. La obscenidad se da cita en muchas de sus páginas, pero son un retrato de su tiempo y una feroz crítica a los clérigos de la época, principalmente representados por monjes obesos y lujuriosos…

Otra obra en donde el tema de la peste se hace presente, es la novela de Thomas Mann titulada “Tod in Venedig” (Muerte en Venecia) y llevada al cine por Luchino Visconti en 1970.

El tema es obvio: un músico alemán en crisis anímica toma vacaciones en Venecia por orden de su médico. En ese mismo hotel de lujo vacaciona también una familia de nobles polacos, el hijo es un adolescente de extraña belleza física. El músico toma al mancebo como una figura ideal, estética. Se declara la peste. Cierran la ciudad. Empleados de la municipalidad riegan en las calles y puentes creolina líquida. La ciudad huele a muerto, a cadáver. El hotel cierra sus puertas. Sólo quedan la familia polaca y el músico expectante. Se pinta el pelo para verse más joven. Se maquilla. Luego ve que un chico vago maltrata al adolescente en un paseo de la playa. No soporta el maltrato a su icono de belleza ideal. Sufre un infarto. En la película insertan música de la Sinfonía No. 5 de Mahler, el Adagietto. Es una escena conmovedora. Mientras, la peste despliega sus alas murciélagas, cubriendo con su sombra maligna personas, arena, playa, mar, infinito.

Pero de todas las novelas con el tema de peste, la de Albert Camus que tiene como título precisamente “La Peste”, yo la prefiero. La leí hace más de 40 años, tengo en la memoria escenas color ocre, matiz ladrillo cocido. Las murallas de Orán. Un niño que muere en medio de una larga agonía. Quisiera volver a leer esta novela para tratar de cerrar mis oídos a voces de secretarios, locutores y gente que dice: ¨Me dio temperatura, dolor de cabeza y lloriqueo en los ojos¨. ¿Recuerdan? Todos los cuerpos tienen temperatura. Por otra parte, la temperatura no se da; tampoco se otorga. Vale.

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