Published on octubre 24th, 2020 | by lavozsur
0Historias de la Región – El tesoro de la calle Concordia (hoy Ramón Corona)
*Las familias Mendoza de Zapotlán y Ochoa de Colima enviaron desde la Hacienda Buenavista un donativo en monedas de oro y plata para la construcción de la actual catedral de Ciudad Guzmán, pero soldados interfirieron en su camino.
En el siglo XIX, sobre el año 1869, la construcción del gran templo de Zapotlán (hoy Catedral) se encontraba muy avanzada. La iglesia solicitaba el apoyo de toda la comunidad con mano de obra y de las familias pudientes con donativos económicos para poder solventar aquella gran obra.
Uno de los grandes donantes fue don José María Mendoza, uno de los hombres más ricos del sur del estado, el cual tenía una hija llamada María Trinidad Mendoza, que a su vez contrajo nupcias con Don Tiburcio Ochoa Barreto, dueño de la Hacienda Buenavista en Colima.
En una de sus visitas de María Trinidad a Zapotlán, ya casada, su padre la invitó, pero sobre todo a su esposo Tiburcio, a ser donantes; además en esa época se otorgaba un recibo expedido por la iglesia en donde contaba el donativo como parte del diezmo anual, por lo que ya no era necesario otorgarlo aparte a la Diócesis de Colima de donde éstos pertenecían.
Tiburcio y María Trinidad aceptaron de muy buena manera a enviar el apoyo económico. Tres días después de salir de Zapotlán llegaron a la hacienda Buenavista y alistaron las monedas de oro y plata.
Al día siguiente fue enviado un trabajador de confianza de la hacienda con aquel valioso y único encargo por el Camino Real de Colima, con instrucciones de sólo hacer parada en el mesón de El Platanar para realizar cambio de caballo y no detenerse hasta llegar a la casa indicada en el centro de Zapotlán.
Así lo hizo y aquel hombre que cruzó sin contratiempos el trayecto, excepto por la lluvia. En Zapotiltic se detuvo para dar de beber agua a su caballo y cuando estaba por llegar a Zapotlán cruzando la puerta de salida de la Hacienda Huescalapa, fue marcado el alto por dos hombres a caballo con vestiduras de soldados.
Lo interrogaron de dónde venía y a qué se dirigía a Zapotlán pues nunca lo habían visto pasar por ahí, el trabajador contestó que venía de la Hacienda de Buenavista a entregar un mensaje verbal a don José María Mendoza de parte de su hija y yerno. Los soldados lo hicieron bajar del caballo y lo registraron todo en una “inspección de rutina”, encontrando bajo la silla del caballo un bulto alargado perfectamente acomodado lleno de monedas de oro, y otra bolsa de cuero que cargaba en su espalda bajo su zarape con muchas más monedas de aquel dorado metal. Al abrir los cueros dónde venían traía una carta sellada con el sello impreso en cera de la Hacienda de Buenavista y un mensaje para don José María Mendoza.
Uno de los soldados comentó que mentir a la ley era un delito ya que no era un mensaje verbal y posiblemente aquel dinero lo había robado, el otro dijo que ellos mismos entregarían aquel cargamento, a lo que el mensajero se negó rotundamente e inició una fuerte discusión de ambas partes.
Dos balazos se escucharon, cayeron el mensajero y un soldado, ambos heridos de muerte; el otro militar más joven e inexperto trató de revivir a su compañero pero fue en vano, por lo que entró en pánico y huyó con la valiosa carga en su poder.
Aquel joven soldado había llegado de Guadalajara como apoyo militar a la zona, por lo que vivía sólo. Al entrar a Zapotlán dio vuelta por la calle del Arroyo (hoy Leona Vicario) y tomó la calle de La Concordia (hoy Ramón Corona) que era por donde éste vivía. Cruzó la esquina de la calle de Los Corrales (continuación de Chamizal) y en esa cuadra sobre La Concordia, al pasar por su casa entró y dejó aquellos bultos de moneda de oro para no levantar sospechas, luego dio parte a las autoridades municipales.
En la declaración indicó que al marcarle el alto a un forastero éste abrió fuego al momento, matando a su compañero y este último fue desarmado y obligado a huir, desconociendo quién mató finalmente al mensajero.
Las autoridades recogieron el cuerpo del soldado muerto y fue entregado a los familiares, mientras que el del mensajero de la hacienda Bellavista fue sepultado en una fosa común pues se desconocía su origen.
Tanto la familia Mendoza en Zapotlán como los Ochoa en Colima nunca supieron lo ocurrido con el mensajero y su valiosa carga de oro, aseveraron que tal vez fue raptado por los bandidos del Nevado a su paso por esta zona y se le dio muerte, o a su vez que quizá habría escapado con el dinero.
Aquel joven soldado siguió trabajando para el Ejército, años después fue enviado a combatir tropas enemigas de regreso a Guadalajara, donde falleció poco después de una extraña enfermedad al norte del estado. En su lecho de muerte confesó a sus compañeros militares esta anécdota de la cual siempre se arrepintió y por temor a ser castigado nunca lo reveló.
Aseguró que el oro lo escondió en un pasaje muy bien oculto y sellado que él mismo cavó en aquella casa vieja, y que nunca tocó una sola moneda ya que ese era un dinero santo que era para la iglesia de Zapotlán.
El cargamento de monedas quedó oculto en esa casa de la calle de La Concordia (Ramón Corona) en el lado oriente de la misma, entre la actual calle Ocampo y Prolongación Chamizal.